Mensaje de Navidad
Fr. Francesco Patton OFM
Custodio de Tierra Santa
Estamos en Belén, en el Campo de los Pastores, el lugar donde, en la noche en la que nació el Niño Jesús, los pastores velaban y cuidaban a su rebaño. El Evangelio Lucas nos explica que, cuando María dio a luz a Jesús, fueron precisamente estos pastores los primeros en recibir el anuncio de su nacimiento.
Un ángel se les acercó, una gran luz los envolvió y ellos se asustaron. Pero el mensajero de Dios los tranquiliza: “No tengáis miedo, porque os traigo una buena noticia que será motivo de gran alegría para todos: Hoy os ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal, encontraréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.” (Lc 2,10-12).
En aquella noche de la primera Navidad las tinieblas en las que vivían los pastores y las gentes de Belén fueron iluminadas por el nacimiento del Niño Jesús. Todavía hoy necesitamos dejarnos iluminar por el nacimiento de este niño, que es el Hijo de Dios y nuestro Salvador.
¡Cuántas personas, todavía hoy, viven envueltas en tinieblas como los pastores que velaban en este campo hace dos mil años!
Nuestros hermanos y hermanas en Siria y Yemen, como en muchos otros países del mundo, viven desde hace muchos años en las tinieblas de conflictos sangrientos, que convierten a millones de personas en desplazadas, en refugiados desarraigados de su propia familia y de su cultura, expulsados de su propia patria y, a menudo, incapaces de encontrar acogida en una nueva tierra.
Muchos de nuestros hermanos en humanidad viven en tinieblas causadas por las crisis económicas y ecológicas, que doblegan a poblaciones enteras y, a menudo, les obliga a emigrar. Y también para ellos se repite la experiencia de José, María y del niño: No hay sitio para ellos en ningún lugar, como máximo bajo una tienda.
Y los hay que llevan las tinieblas dentro, unas tinieblas que a veces son fruto de haber sufrido violencia; otras veces, en cambio, de elecciones equivocadas, otras incluso de la incapacidad de aceptar alguna experiencia dolorosa de la vida.
Finalmente, está la oscuridad del pecado, de la lejanía de Dios, de querer prescindir de Él o de vivir como si Él no existiera. Tinieblas que se transforman pronto en rechazo al hermano o hermana, a su derecho a existir, al reconocimiento de su dignidad como persona, desde el primer instante de la concepción hasta el último aliento que da el Creador. Tinieblas que unen a quienes viven en todo el mundo. Tinieblas que están, al menos en parte, dentro de nosotros.
El niño Jesús no ha venido a iluminar solamente la noche de los pastores aquí en Belén, periferia de las periferias, hace dos mil años. El Niño Jesús continúa iluminando la noche de cada uno de nosotros, y de toda la humanidad.
Que la luz del Niño de Belén entre en la conciencia y la existencia de todos nosotros, en nuestras familias y en nuestras comunidades; que Su luz ilumine a todos los pueblos y a los fieles de toda religión que lo desean, que lo buscan a tientas.
Que Él ilumine la conciencia de aquellos que gobiernan las naciones y la economía y les ayude a descubrir que gobernar es cuidar a los más pequeños, a los más frágiles, a los que no tienen protección.
Que el Niño de Belén ilumine la acción de quienes hacen cultura y comunicación para que difundan el mensaje del bien.
Feliz Navidad desde el Campo de los Pastores junto a Belén.
Feliz Navidad desde el lugar del primer anuncio del nacimiento del Salvador.
Feliz Navidad desde el lugar en el que los ángeles cantaron: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Él ama”.
Feliz Navidad a cada uno de vosotros y vosotras, a vuestras familias y comunidades.
Fr. Francesco Patton OFM
Custodio de Tierra Santa
Alrededor de 1.500 indios —inmigrantes y solicitantes de asilo— llegaron a Belén para celebrar el nacimiento de Jesús en la madrugada del día de Navidad.
El sonido de las campanas de la Basílica de la Natividad, los scouts y toda la ciudad de Belén dieron la bienvenida al patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, en su entrada solemne en Nochebuena.
En el primer domingo de Adviento, el custodio de Tierra Santa cruzó la puerta del muro de separación, que es testimonio silencioso de largos años de sufrimiento en la tierra donde nació el Príncipe de la Paz: Belén.