Queridos hermanos y hermanas, que el Señor os dé su paz. Nos encontramos iniciando el tiempo de Adviento con la iglesia. Un tiempo en el que estamos llamados a esperar, vigilantes, la venida del Señor. Y queremos comenzar nuestro camino precisamente en este Santuario de la Visitación, que es símbolo de estas dos mujeres que esperaban la venida del Señor. En primer lugar María, la mujer de la espera, que fue elegida para ser la madre del Mesías, y luego también Isabel, que esperaba no sólo la venida del Mesías, como todas las mujeres de Israel, sino sobre todo la venida de su hijo Juan, el precursor del Salvador. Una característica importante a cultivar en este tiempo de Adviento es el deseo. El deseo de la venida del Señor. La iglesia desea y por tanto espera al Salvador. En este sentido puede ayudarnos San Agustín, obispo de Hipona, del siglo IV, que hizo una reflexión precisamente teniendo presente la figura del novio y de la novia. En uno de sus discursos y homilía a los fieles de su iglesia, Agustín dice esto: “Así como es malo que la novia no desee a su marido, así es aún más malo que la iglesia no desee a Cristo. El novio terrenal llega al abrazo carnal y es acogido con intenso deseo por su casta esposa", dice San Agustín en este ejemplo, y luego continúa: "Está por llegar el novio celestial, para dar el abrazo eterno a su iglesia, mientras nosotros te damos, sin mostrar deseo de su llegada, mostrando más bien temor". Entonces es muy importante para la iglesia, pero también para el cristiano individual, cultivar el deseo o, como él dice, tener un deseo intenso por la venida del Señor. No le temáis, esperadlo como la novia espera a su marido. Por eso, en este punto, también debemos ver cómo queremos esperar al Señor; cómo podemos cultivar este deseo del Señor. Es malo que la iglesia no desee la venida del Señor, dice San Agustín, y también es malo para cada uno de nosotros cristianos vivir el tiempo de Adviento sin desear la venida del Señor. Pero ¿qué pasa cuando la iglesia desea la venida del Señor? San Agustín dice que ella permanece atenta, con los ojos de la fe, a las Sagradas Escrituras, como a las lámparas encendidas en la noche. Así, las Escrituras ayudan a la iglesia a anhelar la venida del Señor. Por tanto, si hay deseo, hay vigilia y también hay una expectativa llena de significado. Por eso, para Agustín, toda la vida del cristiano ferviente es un deseo santo. “Lo que puedes desear, dice Agustín, aún no lo ves, pero viviendo las santas aspiraciones, os hace capaces de esperar al Señor. Cuando él llegue, esta visión también será completa". Estamos hablando de una expectativa habitada por el deseo, y este es precisamente el combustible de nuestra vida cristiana, esto es lo que mantiene a la iglesia en marcha. De hecho, añade San Agustín, comentando la primera carta de San Juan dice: “al hacernos esperar, el Señor intensifica nuestro deseo. Con el deseo expande el alma y, al expandirla, la hace más capaz. Intentemos, pues, vivir en un ambiente de deseo, porque debemos encontrarnos con el Señor”. Y concluye diciendo "nuestra vida es una gimnasia del deseo". En este tiempo de Adviento también es muy importante preguntarnos: ¿qué deseo habita en mi corazón? ¿Qué deseos han tomado su lugar en mi vida? Necesitamos hacer este examen de conciencia y poner en primer lugar el único gran deseo que vale la pena: Es decir, la espera del encuentro con el Señor. Luego Agustín nos dice nuevamente que "el santo deseo será tanto más eficaz cuanto más arranquemos de nuestros deseos las raíces de la vanidad". Es decir, necesitamos tomar un camino de purificación de nuestro deseo, dejar a un lado todos los demás deseos que nos impiden ver al Señor que viene, que nos impiden esperar al Señor, que nos impiden desear la venida del Señor. Y en este punto Agustín nos da dos elementos importantes para hacer y vivir este tiempo de Adviento. Ante todo mantener los ojos de la fe atentos a la Sagrada Escritura y a lo que el Señor nos dice en su palabra, y luego también a orar incesantemente. Y aquí el deseo juega un papel muy importante porque en cierto momento dice San Agustín, "Nuestra misma oración se convierte también en deseo". Por lo tanto, tanto la lectura orante de la palabra como la oración incesante alimentan y sostienen nuestro deseo de la venida del Señor. Comentando los salmos, Agustín dice: "tu deseo y tu oración: si tu deseo es continuo, también lo es tu oración". Queridos hermanos y hermanas, deseemos la venida del Señor y con la iglesia decimos: Maranatha, ven, Señor Jesús. Read More